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Archivos mensuales: diciembre 2011

DIARIO DE TASMANIA

30 Viernes Dic 2011

Posted by Fermín Higuera in Uncategorized

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DIARIO DE TASMANIA

Brockley state

La baranda de Brokley state

(Introito)

La idea de recibir la herencia de mi madre me animó a emprender el viaje más largo de mi vida. Veintiuna horas de vuelo y ocho horas de espera en las escalas entre los distintos trayectos, desde Madrid, me depositaron en Howard. Pero la realidad que he hallado en Tasmania excede el ámbito de la memoria , incluso de la oración. Aquí nada está sujeto a un recuerdo, todo es nuevo y libre: las plantas, los animales, los trasuntos humanos, la deriva de la tierra. Las plegarias no hacen referencia al pasado que hemos de depurar, porque aquí nada guarda etimologías con los otros continentes, nadie está obligado a las fuentes de las cadenas, al círculo que nos anuda a las repeticiones perniciosas.

En el Sur no se da la oposición entre la luz y el sonido, lo divino y lo humano, ambos van cogidos de las manos, en justa correspondencia. Aquí, a más luz humana más inspiración divina y, por el contrario, a más oscuridad en los lazos con los otros, menor contacto con la lluvia de las constelaciones. Ni el camino positivo, ni la ausencia de la luz se alinean para oponerse. Lo irracional alcanza su cúspide cuando al mismo tiempo la distancia entre el sol y la tierra están más estrechamente cercanos, la apertura hacia el cosmos se halla en su momento más cerrado y sin embargo, por eso ojo de la cerradura de la puerta entornada es por donde entran con más abundancia los ríos del más allá.

(La herencia de mi madre y mis sobrinos)

A partir de los veinte años mis sobrinos comienzan a acercarse a mí. Un acercamiento creciente que, a la muerte de mi madre, se intensifica. Si antes se dirigían a ella para encontrar refugio y consuelo, a su muerte, se vuelven hacia mí. Encuentran un hogar incondicional en mi actitud oyente, hallan serenidad y receptividad. Pero yo recibo de ellos mucho más, recibo dignidad y justicia emocional, solidaridad y reivindicación de unos valores sojuzgados por el discurso sofocador de las histerias. Paras mí son el regalo maravilloso de la vida que se abre paso a través de los caminos de la sangre, esos que me parecían inapropiados para la certeza del contacto entre las almas. Así recibo en herencia el usufructo del entendimiento de mi madre con sus nietos. Sus bienes materiales quedaron encadenados a mi padre, pero su fortuna emocional, riquezas inasibles, no sujetas a notarios, han pasado a mí por el sólo hecho del reconocimiento, porque ellas poseen una magia más delicada, limpia y veloz, que las lecturas y las aceptaciones de los testamentos.

(Chaxi)

 

La más determinada hacia sus propias emociones de mis sobrinos es Chaxi. Su carácter alimenta al mismo tiempo su ambición hacia la vida y su rectitud emotiva. Ni sus pujanzas, ni lazos emocionales entran en contradicción o detrimento de los unos en lo otros. Yo descubrí su valor en los últimos meses de la vida de mi madre, cuando estaba hospitalizada en una unidad de paliativos. Chaxi no dejó ni un solo día de irle a dar la cena a mi madre. Ahora se cumple entre nosotros el sueño de un acercamiento.
En mí, mi ambición por la vida, la afirmación de mi cuerpo y mi logos, mi narcisismo, fueron desatendidos, primeramente, y, después, reprimidos y castrados sistemáticamente por mi madre. No le guardo rencor por ello, porque entiendo que me protegía de las líneas de la memoria de los hábitos licenciosos de mi padre. Pero todo ello me ha creado una oposición parecida a la del Sol y la Navidad en el hemisferio norte, donde la altura de El Sol es también su lejanía con La Tierra, su ausencia distanciada y fría también su conexión con Dios, cenit de la oscuridad y, sin embargo, unión con la divinidad. Los del norte celebramos el nacimiento de Dios entre los hombres cuando la escarcha y la nieve nos obliga a recogernos, sin embargo, en las antípodas la navidad es verano, época de más horas de sol del año y, también, tiempo de la separación máxima entre La Tierra y El Sol, de la mayor apertura entre ambos, rendija, orificio abierto por donde puede entrar una luz más profunda que la del día. Así es mi sobrina Chaxi, un carácter de una pieza. La metáfora que la parece abarcar es la de la navidad en las antípodas del hemisferio sur. Tasmania es su lugar, pero todos los lugares son su lugar porque ella camina como una pastora a la que le siguen los rebaños.

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“El armario de luces y sombras” de Román Hernández: una apoteosis del testimonio y el encuadramiento.

11 Domingo Dic 2011

Posted by Fermín Higuera in ensayos

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Escultores

El Armario de luces y sombras de Román Hernández: una apoteosis del testimonio y el encuadramiento

Dentro de la tradición escultórica de Canarias podemos distinguir escultores cuyo objeto no sólo es la figura humana sino su trascendencia. Este linaje de autores ha tenido que hacerse acreedor de una técnica capaz de acometer la complejidad y el desafío de la formas, de superarlas en el más allá de la expresión o del querer decir. Luján Pérez (1756-1815), Fernando Estévez (1788-1854), Borges Salas (1901-1994) o, más cercanamente, Manuel Bethencourt (1931), Juan Bordes (1948) y Ana Lilia Martín (1963), entre otros, ilustran, de igual modo que nuestro autor, el fervor escultórico por el cuerpo de la mujer y el hombre, la pasión del creador que busca a través de sus realizaciones esculpidas la palabra certera que habilite una comunicación. Para ellos el continente de la escultura es portador de una emoción o un pensamiento inasibles antes de ser trasladado al rostro o las manos, el torso o el vientre. El escultor confía parte de sus anhelos al cuidado y la nobleza de la ejecución que ha de superarse así misma por alcanzar al otro. Hermosa encrucijada del que asume los trabajos y las cargas de su oficio como camino para el vuelo.

Sólo unas grandes dotes y una gracia, a prueba de desfallecimientos, podrían librarnos de la reflexión a la que nos obligan nuestras expresiones y mapas corporales. Es un objeto demasiado complejo en lo puramente formal y peligroso en lo emocional, porque nos somete al laberinto de los espejos. Es común oponer el crítico al talento realizador del artista. Se suele decir que el crítico es un artista frustrado. Pero la autocrítica (y sus herramientas subalternas)es también un don recibido, una potencia que se nos ha entregado, lo mismo que la facilidad. La autoevaluación, el sometimiento al control crítico (ya sea reflexivo o transitivo), la apertura a lo otro y los otros, incluso la enunciación y el canto autoafirmativo de las poéticas, son formas y estrategias del análisis que puede acudir, en ayuda, como parturientas, del buen fin del alumbramiento. Es difícil hallar un artista que prescinda de la reflexión sobre su propio arte. El caso de Mozart es extraño, parece prescindir de todo tipo de pensamiento sobre su obra, él trasciende directamente, se sitúa en la orilla de los frutos entregados, sin meditar ni el por qué ni el cómo. En otros la meditación sobre la creación permanece implícita, existe pero no se evidencia, una ética del pudor la oculta, Sin embargo, en artistas como Miguel Ángel, el arquetipo del escultor superdotado, el análisis se explicita alcanzando una intensidad igual a las propias esculturas, y nos deja, gracias al mismo, el testimonio estremecedor de sus planteamientos y dudas, al fin y al cabo, de su relación pensante con su obra, de su diálogo consigo mismo ¿Por qué no iba a ser de este modo si su pasión por la escultura le ocupó su vida? A esta estirpe del escultor que se ocupa de la complejidad humana y alumbra al mismo tiempo el discurso sobre su propia obra pertenece Román Hernández (Tenerife, 1963), En él, la forma contiene, además de la forma en sí, su discurso y su reflexión autocrítica, Román se sitúa en la tradición y, actualiza, traslada la materia de sus esculturas al ahora de sus experiencia y testimonio vital. Así supera el peligro de sumarse al discurso de lo ya dicho, de mirar hacia atrás y autocastrarse en el pasado. Si Alberti fue la voz en la sombra, el talento insuficiente, incapaz de crear, el biógrafo indispensable y el teórico clarividente, la confirmación del desligamiento entre el crítico y el artista, Román es el creador que armoniza al uno y al otro. Sus discursos no sólo son poéticas sino penetraciones escrutadoras y, por el contrario, sus inscripciones no sólo líneas, sino voces destacadas, canto y a veces poema, y, por su puesto, sus esculturas cumplen el requisito del escultor, se bastan a sí mismas para resistir el espacio y el cuestionamiento de los otros. En este sentido es un heredero, en parte, de Duchamp, en quien el discurso crítico, su invisibilidad provocadora es elevado al primer plano, pero en detrimento del objeto artístico, en él la obra de arte está herida de muerte para revelar el tejido de discursos que la rodean. En Román, sin embargo, la obra de arte sigue siendo amada y perseguida, pero ha asumido la enseñanza de Duchamp: que el objeto de arte es por sí mismo, pero que también es por sí misma la sintaxis que lo rodea promoviéndolo, incentivándolo, castrándolo, sacralizándolo, humanizándolo. Al fin y al cabo la obra se gesta en el ser de la intimidad de un individuo que halla su ser en la palabra y los otros.

El Mago, en el tarots, tiene sobre su mesa dispuestas las herramientas necesarias para realizar sus alquimias y magias, sabe que es susceptible de mejorarse a sí mismo y ese saber lo salvaguarda de su pulsión manipuladora. La mesa es un encuadramiento en el que expone los elementos con los que cuenta para emprender su acción mágica. En realidad la mesa es una ventana. Mesa y ventana, cuadro y ventana, altar y ventana, libro y ventana, catálogo y ventana, isla y ventana y, ahora, armario y ventana. Todos estos encuadramientos se cumplen a lo largo de su trayectoria, afirman la vocación encuadradora de Román: la hornacina de cristal encierra la escultura. La escultura guarda un botiquín y un costurero, la caja enmarca el discurso sobre las bondades del rostro. En verdad todo enmarca el ámbito de un pensamiento o una emoción. La cabeza acuna la escritura. Las puertas de las alacenas exponen los dibujos de la hija. Sobre el pedestal descansa el cráneo, el compás, la esfera de fluidez, la pluma y la plomada con su cadena respectiva. La mesa expone la llanura y el horizonte de la mirada. El altar yergue las presencias erectas, los gigantes. El armario, como otro gigante, opone sus puertas codiciadas por el deseo de entrar y descubrir, su cierre y apertura, la salvaguarda de los pasadizos interiores y el paraíso del jardín cerrado que al fin se abre y se nos muestra. Pero antes de llegar al Armario de luces y sombras hallamos un caminos de objetos: cántaros y moldes, maquetas libros y atriles, balaustres y cactus, pinceles y encéfalos, tuneras y pomos, pájaros y pergaminos. El pinto y la peana se vuelven diáfanos , se ahuecan para almacenar los atributos de las cabezas que sostienen: un tío fallecido por cáncer de huesos, un homenaje irónico a un movimiento pictórico hispanoamericano, un monumento al baile de la trinidad. El espacio ha de estar flanqueado por Las repisas de la memoria, en ellas ordenados los libros preferidos e incluso los fetiches. Todo ha de conducirnos al Armario de luces y sombras que es la apoteosis de la intimidad expuesta.

El Mago, el manipulador por antonomasia, para su liturgia dispone de la mesa de su taller. En el caso de Román su mesa de operaciones es la de un escultor que también es pintor. En la mesa de Román, junto a las gubias, cinceles, punzones y discos de diamante y widia, además hay pinceles de pintor. Él entronca con la tradición de la imaginería y curiosamente, esta inclinación le abre un camino hacia la escritura y el lirismo, hacia lo abstracto. Si sus policromías al comienzo fueron búsqueda de la verosimilitud y la encarnadura, poco a poco se convierten en testimonio, signo conceptual del autor pensante. Reniega del estofado y el adorno de los vestidos. Las superficies de sus esculturas aparecen entonadas por el afán de decir, así que la policromía, una técnica destinada, en principio, a imitar la carne, la destina a mimetizar en la materia la voz de los textos entregados. A veces, en sus esculturas más severamente abstractas, no hay policromía sino laqueados blancos, superficies inhóspitas. El blanco con su simbología ambigua de luz y fría devastación se apodera de los pequeños objetos y los altares. Pero la policromía no sólo conecta las formas con la palpitación crítica y poética de Román, sino que, por el color y el juego del diseño y la línea, lo devuelve a la alegría. En la exposición Testimonio de una ausencia, en la Galería Palazzo (Palazzo Coveri, Florencia) y el Museo de San Agustín (Génova), de Septiembre a Noviembre del 2010, Román inaugura su ahondamiento en el color y lo alegre. Su sistema de contenciones, el de la forma frente al discurso crítico y viceversa, que le ha servido para templar su perplejidad ante la muerte, y exponerla de modo asimilable, le da un vuelco, y nos sorprende con un estallido de naranjas y azules, verdes y fucsias. Policromía y diseño, carcajada del color y la línea que busca la fijeza celebrante de los motivos textiles, las dentaduras de los puzzles o la descripción de las neuronas. El diseño en el festín de la línea y el primor de sus publicaciones. Sus libros y catálogos, otra fiesta en la que invita a los amigos escritores a caminar junto a su obra. Ventanas de participaciones. Después de este aflojamiento inesperado de la tensión trágica en Florencia, Román regresa a su testimonio anterior, quizás para cerrarlo definitivamente con una apoteosis. ¿Qué otra cosa puede ser el acantilado símbólico del Armario de luces y sombras frente al destino? ¿Será el final de un discurso, el fruto sazonado de una singladura que llega a su fin para renacer de otra forma? ¿Será la superación de una ventana de isla, de la melancolía de la insularidad y del azogue de la identidad? ¿Él que ha alcanzado la utopía de la felicidad en la isla de las maldiciones, junto a su mujer y su hija, en su casa esforzadamente construida como un balcón sobre el mar, su casa que es una párpado sobre la inmensidad del océano, habrá superado la ventana de la isla?

Necesidad de una suma poética. Lo que fue piedra afilada sobre el lecho, resistente a la corriente del río, canto, voz destacada, se convierte en cierre, en liturgia y conjuro del ave que se quema para volver a nacer. En ello creo que reside la intensidad del Armario de Luces y sombras, de este mueble desechado que Román recoge de la calle y recupera. Ese armario tirado también cantaba, también destacaba entre los desechos de una casa de no se sabe quién. Él hubo de rescatarlo y restaurarlo, embellecerlo con policromías ocres y marfileñas, aderezarlo con los conceptos de las frases y sus poemas. El decidió introducirlo con un camino de objetos, franquearlo con las repisas de la memoria y las cabezas de las esfinges que coronan los relicarios para proteger los límites, él hubo de habilitarlo como una mesa vertical de aguas, como una ventana erecta, para recordarnos que se alza igual a un acantilado, a un sagrario que guarda y protege, en sus islas y encuadramientos, nuestros tesoros.

Fermín Higuera

Madrid 26 de Marzo de 2011

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